REHABILITAR E INCULCAR NUEVOS VALORES
Una mujer decidida a ayudar a muchos
Gabriela Ponieman es madre de dos hijos, ama la naturaleza, pero aún así ocupa gran parte de su tiempo rehabilitando adicciones.
Por: Manuela Viñales
“Me encanta todo lo que tiene que ver con la naturaleza, los árboles frutales, cosechar, hacer conservas, todo lo que se relacione con la tierra”.
Crédito: Gabriela Ponieman.
Habla con tranquilidad, el lugar le inspira paz. Rodeada de vegetación, en el jardín de su casa en el Delta, Gabriela Ponieman sostiene que la naturaleza es una de las cosas que más disfruta. Logró combinar ese amor por los espacios verdes con su verdadera vocación, ayudar a los adictos en recuperación.
Se recibió a los 23 años de psicóloga y se le abrió una puerta con infinitas opciones, pero ¿qué elegir? Era demasiado joven para trabajar en un consultorio y no le gustaba la idea de estar encerrada entre cuatro paredes, quería otra cosa.
“Medio de casualidad”, admitió, conoció un sistema de rehabilitación nuevo, el Programa Andrés. La idea de trabajar en la naturaleza llamó su atención, pero tuvo otra gran influencia que la convenció. Su madre fue alcohólica, la vio sufrir por no recibir el tratamiento adecuado. Se propuso cambiar eso.
Fue ahí donde conoció a una persona muy especial que dejó una marca enorme en su vida. La inspiró con sus valores y su determinación, Hernán Varangot, “la persona con el corazón más grande que conocí”, afirmó. Un adicto en rehabilitación con el que comenzó una amistad inseparable que duró 30 años. Ya van dos años desde que Hernán murió.
Juntos crearon La Fundación San Carlos en 1996. Eran una pareja perfecta, un ex adicto dispuesto a ayudar y una joven determinada a cambiar el sistema de ayuda. Describe su trabajo conjunto en una frase “robarle vidas a la muerte”.
La fundación tuvo que continuar, y por mucho que le doliera, ella tuvo que afrontar la muerte de su amigo y seguir adelante sin él. Su vocación nunca desapareció, aunque tuvo que hacerse cargo de cada vez más sectores, en ningún momento dudó, eso es lo que ama hacer.Quedó al mando de la fundación, que ya posee más de 270 graduados.
La fiesta de fin de año de San Carlos, donde se reúnen los pacientes, sus familiares y el equipo de la fundación.
Crédito: Instagram fundacionsancarlos.ok.
Habla con entusiasmo de su familia, con una sonrisa y los ojos iluminados, señaló que sus dos hijos siempre la apoyan. “Antes de que me embarazara ya estaba trabajando en esto, no me conocen haciendo otra cosa”, comentó. Sus hijos están muy involucrados en su trabajo. El más grande es médico y mientras estudiaba cuidaba el centro. El más chico es músico, hace talleres para los adictos.
Su servicio es contínuo, no tiene descanso, “la fundación permanece abierta los 365 días del año”, aclaró, por eso debe estar siempre pendiente de lo que ocurre. Su rutina es activa y su familia se tuvo que adaptar. Trabaja tres días por semana hasta las 22 y los otros días los pasa en su casa en Tigre. Hay fechas que son esperadas con ansias por toda la familia, fin de año, las graduaciones de los pacientes y diferentes actos reúnen su ambiente privado con el trabajo.
Su casa en la isla es su oasis de relajación, un escape de la ciudad. Aquí desarrolla sus otras actividades. “La idea de vivir en Tigre tiene que ver con consumir poco, no hay lugares para comprar, tenés que arreglártelas con lo que tenés”, reflexiona. Le gusta la vida sencilla, conectarse con la naturaleza y estar rodeada de verde. La cuarentena le dio la posibilidad de continuar con este estilo por mucho más tiempo del que esperaba.
Aunque está lejos, su trabajo no paró. No se puede dejar sin contención a los que necesitan ayuda, por eso se reúne con su grupo por videollamada y se contacta con los familiares de los pacientes para ver cómo siguen. Ponieman es uno de los tantos ejemplos de una vocación plena, una vida que se basa en la ayuda, una mujer determinada a hacer un cambio.
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